Amigas por siempre: La intimidad que el tiempo se llevó (y se llevará)
Let Me Raise A Toast To The Girl(s) I Love Most
Comencé enero con las ganas de leer todo lo que cayera en mis manos. Unas ansias que no me vienen nada mal, sobre todo ahora último que he comprado libros y libros de manera impulsiva (¿realmente son una compra innecesaria?). Para no sentir la culpa del arrebato, me he comprometido a no comprar más libros hasta que haya leído los últimos que me llegaron. Pero tú y yo sabemos que no será así.
Uno de ellos lo tenía en la mira hace un tiempo. Más que nada por su portada. Así de superficial soy a veces y así fue como captó mi atención: Todo lo que sé sobre fiestas, citas, amigos, trabajo, vida, el amor de Dolly Alderton.
Ya tiene algunos añitos, fue publicado en el 2018 y se volvió un éxito de ventas. Alderton es una escritora londinense que tiene una columna en el The Sunday Times desde tres años antes de la publicación de sus memorias.
Al inicio, antes de saber que se trataba de una autobiografía y que el foco estaba en la experiencia colectiva de ser mujer y del amor que se descubre en la amistad, le tenía bastante prejuicio. Pensé que se trataba de una chick-lit, y, aunque no tengo nada en contra de ellas, no es lo que me apetecía leer en el momento.
Cuando se la compré a mitad de precio a una chica por Facebook, ya sabía de lo que iba. Si bien empecé los primeros capítulos con cierta apatía, llegó un momento en el que simplemente estaba inmersa por completo.
Ahora, ¿por qué esta introducción tan larga para algo que parece no tener nada que ver con el tema? Simple. Porque de ahí nace.
En uno de los capítulos finales, Dolly Alderton mantiene la siguiente conversación con Farly, su mejor amiga de toda la vida:
“—Quiero saber cómo es sentir eso, estar verdaderamente comprometida con alguien, en lugar de tener un pie dentro y uno fuera de la relación.
—Eres my dura contigo misma—me dijo—. Eres capaz de tener una relación larga, lo has hecho mejor que nadie que conozca.
—¿Qué? La relación más larga que he tenido fue de dos años, y eso fue cuando tenía veinticuatro años.
—Hablo de nuestra relación—dijo.”
A partir de aquel momento, Alderton hace un análisis de su vida y se da cuenta de que, en efecto, era cierto.
Llevaba largos años de amistad no solo con Farly, sino con otras mujeres, y en todas ellas había encontrado el balance de la convivencia. La dulzura de conocer los más mínimos detalles de cada una: cómo les gusta tomar su té o la cantidad de horas de sueño que necesitan para estar bien descansadas. No solo conocía los gustos de sus amigas, sino el motivo de ellos. Y a ese conocimiento, se le sumaba la confianza en que serían su apoyo cuando lo necesitase y la seguridad de ellas en que podían contar con el suyo también. Les había escuchado contar las mismas historias tantas veces que, de manera tácita, hacía de cómplice al guardar silencio cuando añadían detalles para que suene más interesante.
Cada uno de esos actos se producían gracias a la intimidad construida en todas ellas.
¿Pero en qué momento se termina esa intimidad?
Danielle Bayard Jackson es la escritora de Fighting for Our Friendships: The Science and Art of Conflict and Connection in Women's Relationships (traducido: Luchando por nuestras amistades: La ciencia y el arte del conflicto y la conexión en las relaciones entre mujeres).
En él, se cuestiona por qué la amistad entre mujeres es tan profunda, pero al mismo tiempo tan frágil, e indica las 3 afinidades que fomentan la intimidad y, por lo tanto, las unen (y separan): simetría, apoyo y secreto.
Para Danielle, las mujeres tenemos expectativas más altas del apoyo y la intimidad que esperemos de nuestras amistades, e incluso hace una comparación sobre cómo integramos a nuestras amigas como hermanas, mientras los hombres lo hacen como primos.
“Lo primero que buscan las mujeres en sus amistades entre personas del mismo sexo es el apoyo emocional y luego el secreto, que es este sentimiento de que tú y yo somos exclusivas. Estamos juntas en esta bóveda. Y no estoy diciendo que los hombres no valoren estas cosas, pero las mujeres las priorizan mucho”, comentó en una entrevista para el portal web Psychology Today.
Entonces, la entrevistadora soltó la inevitable pregunta: ¿Hay alguna manera de lograr intimidad sin fragilidad?
“¿Me amas lo suficiente para que pueda ser débil contigo? Todo el mundo ama la fuerza, pero ¿me amas por mi debilidad? Esa es la verdadera prueba. ¿Me amas despojado de todo lo que podría perderse, solo por las cosas que tendré para siempre?”
Ensayos de Amor, Alain de Botton
Regresemos al libro de Dolly Alderton.
Así como recapitulaba todo lo que conocía de sus amigas como pruebas de su capacidad por mantener relaciones largas y estables, también se dio cuenta de que no solo las relaciones románticas son las únicas que atraviesan crisis: ese terrible momento en el que decides hacerle frente a la confrontación o tomarlo con calma para mantener el vínculo.
Bayard Jackson cree que es esa relación con el conflicto la clave. Precisamente, porque es algo que no solemos anticipar en las amistades, como sí lo hacemos en una relación romántica, por ejemplo. Creer que la amistad es netamente recreativa es un error. Lo que sugiere es reemplazar la visión negativa que tenemos del conflicto por una visión de oportunidad para fortalecer nuestros lazos.
¿El conflicto tiene que ver con el cambio?
Hay un capítulo en Todo lo que sé sobre el amor en el que surge la frase “no cambiará nada”. Se la dijo Farly a Dolly luego de comentarle que dejaría de vivir con ella para mudarse con su novio.
Spoiler: Todo cambió.
“¿Os acordáis de cuando erais adolescentes y veias a vuestras madres con sus mejores amigas y parecían amigas íntimas, pero no eran como vosotras y vuestras amigas?”
Si le pones cabeza a la respuesta, quizá coincidas en que sí hay una formalidad rara entre tu madre y sus amigas. Una amistad en la que la confianza y la comodidad ya no abarca cada uno de los espacios. ¡O tal vez eres tú quien está experimentando algo similar!
Antes, si no tenías la casa limpia, no pasaba nada; total, tu amigas ya te conocían y un poco de desorden no cambiarían su percepción sobre ti. Pero a medida que pasan los años, de pronto te ves preparando la casa para recibirlas, evitando que lleguen de sorpresa cuando todo está hecho un caos, y es ahí, en pleno torbellino de limpieza, aún con los guantes puestos, cuando te preguntas “¿estoy haciendo todo esto porque quiero darles una cálida bienvenida y que se sientan a gusto? ¿o no quiero que vean este lado desordenado de mí?” (lo que sea que resuene como desordenado en tu cabeza).
Lo que pasa con la intimidad es lo siguiente: debe ser mantenida. Y ese mantenimiento se da, casi siempre, por la constancia. Es válido preguntar: ¿cómo mantienes la constancia, cuando en tus prioridades esa amistad ya no está en el primer lugar y tampoco en el segundo ni en el tercero?
Las amigas de tu madre dejaron de ocupar la primera o segunda posición en su lista de prioridades, porque llegaron los maridos y los hijo (o sea, tú). Aparece una casa que mantener y las visitas recreativas dejan de ser frecuentes.
Si eres de las que hace planes para comer o salir con tu grupito, te habrás cuenta de que cuando llegan los novios, de pronto acaparan los almuerzos y básicamente todo su tiempo. Ya no se ven seguido. Las películas que querían ver en el cine ya las tiene reservadas, a menos que sea una película muy específica en la que él no tiene lugar. Y de pronto los espacios libres se ocupan con su presencia. Ojo, que ni siquiera hablo de una relación absorbente.
Si ya perdimos la cotidianidad, ¿cómo recuperamos la intimidad entre ambas? ¿En qué momento hay que dejar de distraernos con canciones a todo volumen en el auto, para tomar el volante y evitar tomar el desvío por el que cruzaron nuestras madres'?
En muchos casos (y me incluyo), la amistad sobrevive a la ausencia.
Existen amistades en las que el contacto es mínimo y aun así, cada vez que vuelven a verse, es como si nunca hubiesen dejado de hablar. Pero también están las que se desvanecen a medida que el espacio entre cada conversación aumenta. Es lógico entender, pues, que si la frecuencia disminuye, también lo hará la calidad y la duración.
Puede que aún sepas quién es su nuevo crush o qué tal le fue en sus últimas citas. Quizá hasta te cuente cada una de las cosas que quiere cambiar de su vida. No todo ha cambiado, pero mucho sí.
Imagino que aquí entra en juego la adaptabilidad de cada quien, así como el reducir las expectativas.
Y mientras más sobrevive; es decir, mientras más larga es la amistad, menor el mantenimiento que necesitará.
Aquí una verdad: yo no tengo mejores amigos.
No tengo una amiga que me haya conocido desde niña y con la que hayamos crecido juntas. No mantengo contacto con la gente que conocí en el colegio. A unos pocos los tengo en Facebook y a menos los tengo en Instagram. Las amistades que hice en mis primeros años de las universidad aún existen, pero son esas amistades que ves de lejos, de las que te alegras a la distancia, pero con las que pocas veces te animas a concretar una salida.
Tal vez, la amistad más “antigua” que tengo es con Joan.
Nos conocimos en 2011 por internet y, hasta la actualidad, nos habremos visto un total de 6 veces a lo mucho. La primera vez que nos vimos en persona fue en el 2015. La segunda creo que en el 2017. Hemos hablado largo y tendido por teléfono. Incluso hubo una época en la que nuestros chats eran cosa de todos los días. Ella vivía en España y yo en Lima. Luego, ella regresó a Lima y yo me mudé a España. Ahora, ambas estamos en la misma ciudad y aún así se nos hace difícil concretar una salida para vernos (más que nada, por mi culpa, lo reconozco).
Hay confianza entre las dos, nos hemos contado detalles que quizá no seamos capaces de contarles a otras personas y esa comodidad no la hemos perdido con el pasar del tiempo. Nos hemos tragado la vergüenza y el prejuicio, y más bien nos hemos preguntado cómo nos hemos sentido en determinada ocasión o al hacer cierta cosa. Al final del día, hemos sido y seguimos siendo solo dos chicas que han intentado entender la vida a medida que han ido creciendo. Es una amistad que ha resistido a nuestros cambios, displicencias y que sigue resistiendo.
Mi siguiente grupo de amigos más estable lo formé en el 2016, cuando entré a estudiar Comunicación Audiovisual. Podría decir que son ellos los amigos que me van a acompañar durante toda la vida. También porque son los amigos a los que yo quiero acompañar durante toda su vida. A pesar, otra vez, de saber que tal vez por culpa mía nuestros lazos nunca fueron más fuertes de lo que son. Mi distancia y mi necesidad por tener mi espacio, así como mis pocas ganas por salir o mi afán por planear con tiempo cada una de mis salidas, han reducido nuestras experiencias en conjunto.
Pero el amor y la confianza sigue ahí.
Hemos crecido. Pasamos de fumarnos un cigarro en el arbolito afuera del instituto, durante los descansos de las clases, a estar en los momentos más importantes de nuestras vidas. El primer babyshower de Daniel, los proyectos de Ange y Andrea, la presentación de mi libro. Y no tienen que ser grandes eventos para considerarse importantes. Las responsabilidades nos han alejado, pero el amor persiste.
Ese mismo año también conocí a Mischel. Capaz ella sea mi amiga más cercana, debido a la cercanía que no solo tiene conmigo, sino también con mi familia. Es quien más ha entrado en mi círculo (por decirlo de algún modo) y con la que aprendí a enfrentar mi necesidad por tener cada aspecto de mi vida separado. No vivimos juntas en ningún momento, pero hemos pasado varios días seguidos —o la ausencia ha sido tan corta—, que podría considerarlo como una convivencia.
Ella ha sido la primera amiga con la que he tenido alguna discusión y con la que he tomado distancia hasta volvernos a encontrar. El conflicto, como mencioné antes. Sin embargo, el afrontarlos y la cotidianidad ha hecho que nuestra intimidad aumente y sepamos cosas domésticas, del día a día, que no suelen saber otras personas (al menos, no por mi lado).
No sabría decir si eso hace que sea mejor (“mi mejor amiga”), porque la verdad es que no ubico a mis amigos en una escalera para ver cuál está en mejor posición. Para mí, cada uno tiene un lugar especial y mi cariño es el mismo. Claro está, la confianza es lo que varía. Considero que parte del truco está en reconocer que cada amistad es especial y, por tanto, sacará a flote un aspecto distinto de mi personalidad. Sin que eso signifique que soy una falsa, una fragmentada o qué sé yo.
¿Pero acaso ya hemos cambiado?
Teniendo en cuenta los distintos niveles de intimidad que tengo con mis amigas, ¿será también cada uno de esos momentos los que se reducirán, si el tiempo nos quita aún más nuestra presencia en la vida de la otra?
Mi madre conoció a su grupo de amigas en el trabajo y llevan ya varios años de amistad. Se tratan con cariño. Se juntan de vez en cuando para ponerse al día. Yo las considero más unas tías que simplemente las amigas de mi mamá. He crecido bajo la mirada de ellas y estoy segura de que seguiré haciéndolo. Pero sí encuentro esa formalidad invisible en ellas, como rayos electromagnéticos que no podemos ver, mas sí sentir.
Se me ocurre que se debe un poco al contexto en el que se conocieron. Cada día, aunque en distintas áreas, en el mismo centro laboral. Compartir espacio les ha hecho compartir también experiencias, amistades, personas a las que agarrarle tirria. Tienen un lenguaje del que yo no puedo ser parte, así como tampoco las otras amistades de mi madre fuera de ese círculo. No obstante, trabajar en el mismo sitio les ha dado una tonalidad de formalidad desde el inicio: estar bien vestidas, presentables, maquilladas.
Dudo mucho que mi madre se deje ver en pijama con ellas, y no creo que por eso su relación sea menos profunda. Simplemente, es como es. Así como sé que mi naturaleza no me permitirá mandarle un WhatsApp, ansiosa, a Joan apenas haya escuchado mi estómago rugir por tomar chocolate con leche, como de repente sí lo haría con Mischel. Dependerá mucho del contexto.
Desconozco también si es que mi madre, antes de tenerme e incluso antes de conocer a mi padre, tuvo un nivel de cercanía más alto con sus amigas. Si acaso quedaban en salir a comer mucho más seguido. Si las iba a visitar para conversar y pasaban largos ratos en silencio para nada incómodos. Cualquier cosa que no sea parte del trabajo ni una celebración especial, como un cumpleaños.
También me pongo a pensar: ¿realmente cambiaron en algo las amistades de mi madre? Después de todo, muchas de ellas son mayores y para cuando se conocieron, ya tenían hijos, matrimonios y por ahí uno que otro divorcio.
De repente, mi madre más que sentir un cambio lo que percibió fue una bienvenida a ese club del que no formaba parte antes de ser madre y esposa.
“Las oportunidades de amistad surgen de la manera en que se organiza la vida de las personas”
William Rawlins (profesor de Comunicación Interpersonal de la Universidad de Ohio)
En un artículo para The Atlantic, Julie Beck aborda el hecho de que a medida que vamos creciendo, las amistades afrontan obstáculos para la intimidad que otras relaciones cercanas no.
Y, de hecho, es muy fácil observar cómo en los últimos años ha crecido el interés por explorar las dinámicas (muchas veces complejas) de la amistad. La razón: las personas (en este caso, las mujeres) están casándose cada vez más tarde, los hijos llegan muchas veces pasados los 35 (o no llegan, en absoluto) y las relaciones más importantes para una mujer soltera son sus amigas. Lo vemos en libros, películas, series.
Otro punto importante a mencionar —aunque esto puede ser un tema aparte— es cómo estas relaciones están siendo proyectadas desde otro punto de vista, en el que la competencia entre mujeres es cada vez menor y, en cambio, se busca escapar del enfoque patriarcal bajo el que hemos crecido ("¿Pelear por un chico? cosa del pasado. Hoy, la que se lo queda, pierde”).
Algo que permanezca intacto
“En nuestro interior, todas tenemos diecisiete años y los labios rojos”
Laurence Olivier
No sé si algún día estaré lista para el momento en que una de mis amigas me reciba en su casa con el piso completamente limpio y los platos lavados. O si yo perderé la confianza (o atrevimiento) de sacar mi lado virgo y ponerme a lavar sus tazas del desayuno, mientras terminan de alistarse. Si me rehusaré a quedarme a dormir en casa de alguna de ellas porque no querré que me vean a cara lavada o porque ya me da vergüenza pedirles que me presten algo de ropa para dormir. Porque cómo voy a compartir ropa. Porque eso es personal. Porque cada persona tiene su propio humor, como dice mi abuela. Y porque no debería compartir tampoco los zapatos, ni el delineador ni el labial. ¡¿Es en serio que pasará todo eso?!
Por otro lado, me entra la curiosidad: ¿será posible que incluso cuando tengamos 50 años y estemos juntas, nos sentiremos con la misma confianza que a nuestros 20s? Mientras más pienso en todo esto, se me hace más confuso.
¿La vulnerabilidad entre nosotras será la misma? ¿O llegará un día en el que nos dé vergüenza llorar frente a la otra? En el que reduzcamos la intensidad de nuestras emociones e incluso dejemos de hablar de sexo.
No voy a mentir, me preocupa que la profundidad y la apertura de nuestras relaciones se vea afectada por el paso del tiempo y que solo consistamos en saber sobre la vida de la otra y ya. Comprometida. Embarazada. Lanzando un emprendimiento. Qué orgullo y alegría, por supuesto, pero me temo que se le sobrepondrá la nostalgia.
Con mi hipocresía por la cara, tendremos que convertirnos en personas capaces de decir y aceptar la realidad: “no pasa nada, la vida es así, ya luego quedamos en vernos”. Será más difícil para las que no estemos igual de ocupadas. Solo nos quedará ser pacientes, pensar en que la vida da vueltas y que, de pronto, puede que ya no seamos nosotras las que se pasen el día viéndose las uñas de los pies.
Consulta…¿es la vergüenza la enemiga en este caso? ¿Se trata de aparentar que todo está bien para presumir de una vida “perfecta” o para evitar las preocupaciones de quienes nos quieren? ¿Acaso no dejamos claro que siempre puedes contarme lo que sea?
Consuelo de muchas, ¿consuelo de tontas?
Buscando en internet a personas que están atravesando por cuestionamientos similares, llegué a un hilo en Reddit. En una de las respuestas, un usuario indica que no se trata de que las amistades pierdan profundidad, sino que se vuelven más especializadas y que hay que verlas en el marco en el que se encuentran.
Acá la traducción.
Las amistades que se forman en la escuela o en la universidad suelen atravesar las mismas experiencias: van al mismo lugar, hacen las mismas cosas, ven a la misma gente y es posible que hasta vivan por la misma zona. Sus vidas son similares. Luego, se gradúan y los caminos se abren. Comienzan a trabajar en sus respectivas carreras y los caminos se abren más. Se casan, tienen hijos, crecen, sus hobbies cambian. Y los caminos vuelven a abrirse.
Las amistades que conozcas en cada una de esas ramificaciones entenderán tu pasión, el estrés, así como las necesidades que requiera cada una de esas actividades. Y será complejo tener una amistad que abarque todo lo que eres; en especial, cuando el factor en común que era tangible ya es cosa del pasado y ahora solo está todo ese amor en el aire y la elección de seguir siendo parte de su vida.
Ni qué decir de cuando te mudas al extranjero. Un tema de conversación súper amplio que da para otra nota. Aunque de adelanto y por experiencia propia, creo que tenía más contacto con mis amigos cuando vivía a miles de kilometros de distancia que ahora viviendo en la misma ciudad (lo que me hace sentir culpable de mi propia dejadez).
No sé si quiera limpiar mi casa entera cuando Pamela me diga que irá a verme. Y no sé si Mischel dejará de poner los pies sobre el sillón cuando esté en mi casa. Quizá suceda si vivo con alguien más, porque entiendo que la confianza es conmigo y no con la otra persona y, así como ocurrirá conmigo, tendremos que comportarnos y limitar ciertas actitudes a cuando estemos solas. Nuestra intimidad se verá reducida a nuestros espacios exclusivos.
Habrá rincones de nuestras vidas que se mantendrán privados. No se divulgarán tan abiertamente los problemas del matrimonio, como sí los problemas con los novios. Aprenderemos a mordernos la lengua cuando veamos algo que no nos parece en su relación (siempre y cuando no atente contra la integridad de nadie), porque es su vida y si están comprometidos o casados, será más difícil que terminen. Ya hablaremos mal de su pareja con nuestras otras amigas (¡o con nuestra madre!).
Pero es necesario recordar, entre este final un poco gris, que las amistades pasan por distintas fases. Así como que el amor romántico no tiene toda la culpa de que esta intimidad se socave. Depende de una no encerrarse en su relación; a ver, a todas nos ha pasado.
Si me pides describir la amistad de amigas en una palabra, solo se me ocurre “indefinible”. Es un amor distinto, cambiante. Una relación que maneja sus propias reglas, una desnudez muy lejos de lo sexual. Es agua tibia en la ducha. Meter solo los pies en la piscina durante los días de calor.
Hay veces en las que no hablo de nada con mis amigas. Y sí, la cotidianidad también mata. Pero es diferente. Algunas tardes en las que estoy con Mischel sin decirnos nada profundo o importante, pienso que atrás quedaron los días en los que nos contábamos sin vergüenza cada una de nuestras experiencias. Pero luego llegan las noches en las que nos abrimos y de pronto terminamos llorando porque solo somos dos chicas con corazón de pollo.
Y lo cierto es que el cambio es inevitable. Llegará el momento en que el tiempo se lleve nuestra intimidad. Y está bien.
Al final del día, lo que el tiempo no se llevará será el amor.
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Gracias por leer esta nota. Empezaré a compartir ensayos cada sábado por la mañana. :)
PD Sería una nota perfecta para compartir fotos con mis amigas, pero por alguna razón, casi no tenemos ninguna. O, al menos, ninguna decente para compartir.